DETRÁS DEL ATRIL

Esther y Natalia comen un chupachups en la estación de servicio donde paramos en el camino de ida. Detrás, Nohelia, Alicia, Pablo, Miguel Ángel y Andrés.


Víctor, Nohelia, Pablo, Esther y Gracia, en la habituación del hotel.


Pablo, Nohelia, Andrés, Natalia y Jesús en la playa de San Juan de Luz.


Esther, Nohelia, Andrés, Cristina, Natalia, Miguel Ángel, Gracia, Luz, Víctor y Elsa, en las escaleras de la iglesia de San Juan de Luz.



Luz y Miguel Ángel, en el puerto.


Andrés, Pablo, Natalia, Esther, Nohelia, Luz y Miguel Ángel, en el paseo marítimo de San Juan de Luz, a las dos de la mañana.


Pablo, Andrés, Nohelia, Luz y Natalia, en Irún.


Luismi, en una botellería de Irún.


De paseo por San Sebastián.


Víctor, Gracia, Nohelia y Andrés, en el paseo de San Sebastián.


Víctor, Andrés, Pablo, Nohelia y Gracia sujetan una escultura de Chillida.


Nohelia, Natalia, Luz, Esther y Cristina, de pinchos en la Mejillonera.


Con la playa de La Concha al fondo.



EL VÍDEO
Viaje a San Juan de Luz y San Sebastián


El viaje a Francia
5 y 6 de abril de 2008

Después de más de dos años de espera, por fin hemos vuelto a organizar un viaje largos, de los de fin de semana, de los que apetece hacer. En esta ocasión volvíamos a Francia, país donde ya tocamos hace 17 años (en nuestra visita a Murs Erigne) y al que ahora regresamos para tocar en San Juan de Luz, gracias al hermanamiento que hicimos con la estudiantina Donibandarrak, de esta localidad del País Vasco Francés. Salimos de Tudela el sábado 5 de abril y lo hicimos con un madrugón de aúpa. A las siete de la mañana tenía que estar preparado el autobús, aunque al final se retrasó un poco más de lo previsto y no llegó hasta las siete y cuarto. Alguno ya estaba inquieto y Miguel Ángel sacó el móvil para llamar al conductor justo cuando ya veíamos acercarse el microbús por la avenida de Valladolid. Resulta que el conductor no encontraba el Mare Nostrum. En la parada ya estábamos esperando todos. Gracia, Luismi y Cristina fueron los más rezagados, pero aún así llegaron antes incluso que el conductor. En este viaje tuvimos que echar en falta a Abel, Elena, Nerea, María Luisa y Ana que, por unos u otros motivos, no nos acompañaron a Francia. Tampoco viajó con nosotros Álvaro, porque tenía que asistir a un congreso con motivo de su trabajo. Tuvimos suerte porque el congreso era en San Sebastián, así que luego él se acercó con su coche y pudo tocar en el concierto.

Durante las primeras horas en el autobús algunos intentaron echar una cabezadita. Por ejemplo Luz, que apenas había dormido la noche del viernes al sábado (había salido de fiesta) y quería recuperarse algo durante el viaje. También lo intentaron, en las primeras filas del bus, Cristina, Luismi, Pablo o Miguel Ángel. Gracia iba leyendo los apuntes y los más guerreros se instalaron en las filas traseras. Andrés en la cola del autobús, inmediatamente delante estaban Nohelia y Esther y luego Víctor. Fueron quienes más hablaron durante las primeras horas del viaje, y en seguida se unieron Alicia o Elsa, ya que estaba claro que no iban a poder pegar ojo.

Sobre las 10.15 horas tuvo lugar la parada para que el autobusero cumpliera con la normativa y que los componentes de la orquesta pudiéramos visitar el baño, pues había algunas personas que llevaban ya varios kilómetros pidiéndolo a gratis. Sirvió además para aprovechar y desayunar. Aunque más de uno se había hecho la ilusión de un chocolate con churros (ilusión estúpida, a ver dónde encuentras una gasolinera donde sirvan churros), al final se tuvo que conformar con un cafetito y un poco de bollería. La mayor parte pidieron napolitanas de chocolate (la de Elsa un pelín dura), Pablo y Víctor le dieron a la de crema y hubo quien se apuntó al bocata, como Luz y Natalia. Luismi se compró el Marca y las camareras se hicieron un lío porque estábamos empeñados en pagar en el mismo sitio donde nos servían el café, sin darnos cuenta de que había una especie de caja donde deberíamos ir para pagar. A los primeros se lo cobraron en el lugar donde servían, pero luego se cansaron y nos obligaron a todos a pasar por aja. Además, aprovechamos la parada para mangar unas servilletas de papel que nos servirían para organizar el juego con el que teníamos pensado organizar el resto del viaje y el conductor del autobús echó mano de la manguera para darle un repaso al vehículo.

El juego, que Víctor tuvo que explicar al menos cinco veces, consistía en repartir una servilleta para cada uno de los componentes de la orquesta (y su director). Tres de estas servilletas tenían una cruz y esos tres jugadores formarían un equipo. Entre todos, había que intentar adivinar, sólo hablando y sin dar pistas con gestos, quiénes son las tres personas con cruces. Uno por uno (y con el consenso de todos) se va eliminando a todos los jugadores hasta que sólo queda uno. Alicia fue la estrella de la primeras partida; Andrés, Pablo y Víctor fueron eliminados a las primeras de cambio en la segunda y la tercera se resolvió entre Alicia, Pablo y Gracia. Con este juego y unas cuantas voces que pegamos en el autobús se pasaron volando las cerca de dos horas que estuvimos viajando hasta la frontera francesa, donde encontraos a unos gendarmes revisando camiones con fruta (como en los telediarios). Al poco de entrar en territorio francés vimos el coche de Serge, el presidente de la estudiantina Donibandarrak, que nos estaba esperando a pocos kilómetros de San Juan de Luz para acompañarnos hasta el pueblo y también hasta el hotel LaFayette, situado en pleno centro, en la Rue de la República.

Lo primero que descubrimos nada más pisar suelo francés es que hacía un tiempo buenísimo, una temperatura estupenda que hizo que más de uno se mosqueara por no haber llevado el bañador para haberse pegado una buena tarde tumbado al sol. Era cerca de la una de la tarde cuando llegamos hasta nuestro hotel. Lo hicimos después de atravesar las terrazas de la plaza Luis XIV y comprobar que había decenas de turistas comiendo ostras, marisco o pizza en las mesas que los restaurantes habían sacado a la calle.

Organizamos un pequeño tapón a la entrada del hotel, todos en fila india, con los instrumentos y las miradas de los turistas clavados en nosotros. Cuando Miguel Ángel organizó más o menos las habitaciones, pudimos ir subiendo poco a poco, atravesando la cortina roja que separaba el pasillo y las escaleras, subiendo hasta la recepción donde nos esperaba un perro y unos chicos jugando al ordenador y donde accedíamos a la cocina y a cada una de las habitaciones. Elsa y Alicia, y Jesús, se quedaron en la primera planta. Más arriba (por una escalera de caracol) tuvieron que subir Gracia y Luismi, Esther y Nohelia y Víctor y Pablo. En otra ala del hotel estuvieron Andrés y Miguel Ángel y Luz, Natalia y Cristina, que compartieron habitación triple. Las mejores vistas las tenían Gracia y Luismi, ya que su balcón daba a la calle principal y, si te asomabas a la derecha, podías ver el mal. Lo malo de su habitación era la tremenda viga que atravesaba la bañera.

Habíamos quedado para comer a la una y media. Así que, durante apenas quince minutos libres, los que se habían instalado más pronto decidieron salir a la calle y acercarse para ver el mar. Al principio la timidez y prudencia ganó la partida, y sólo había fotografías desde el paseo marítimo. Pero poco a poco los primeros valientes comenzaban a bajar a la arena y alguno más se acercó hasta al playa, para intentar tocar el agua sin mancharse los zapatos. Pablo, Andrés, Natalia, Nohelia, Víctor y Jesús fueron los primeros en bajar a la playa, echarse unas cuantas fotos y luego quitarse la arena de los zapatos para ir a comer. Comimos en el restaurante Pasaka, situado justo frente a nuestro hotel. El menú (20 euros) estaba compuesto por cuatro primeros platos y cuatro segundos. De primero triunfó la ensalada de serrano, pimientos y queso de obeja (con b, así estaba puesto en la pizarra que nos calzaron en la mesa para que viéramos el menú). También había alcachofas, un plato de jamón y una sopa de pescado que no llamó nada la atención. De segundo ganó el solomillo de buey, aunque también había carne de ternera a la vasca, dorada y merluza. Y de postre, la mayoría se apuntó a la tarta de chocolate, también había pastel vasco y queso con salsa de mermelada de cerezas. Natalia, Luz y Pablo eligieron esto último pensando que sería una tarta de queso y al final se encontraron con tres lonchas de queso, salado, que no les terminó de gustar. A la hora de los cafés, menos mal que estaba Nohelia para demostrar que sabe hablar francés. Gracias a ella no hubo problemas para que Alicia pidiera su eterno café con hielo o que los demás supieran que manzanilla es camomille y que ya no quedaba.

Una vez terminada la comida, llegó el momento del paseo. La cosa empezó bien, todos juntitos nos acercamos a la plaza de Luis XIV donde, además de los turistas había unos chavales jugando con un balón de rugby. Nos acercamos hasta el muelle y allí cayó una primera ronda de fotos. Después, nos dirigimos, por la otra punta de la plaza, hasta la Rue Gambretta, la calle más importante de este turístico municipio. A mitad de la calle nos hicimos unas fotografías en las escaleras de la iglesia y algunos decidieron acceder a su interior para ver los palcos de madera y su impresionante altar. Aquí fue cuando el grupo se difuminó por completo. Los que no visitaron la iglesia tomaron un camino de nuevo hacia la playa, mientras que Víctor, Andrés y Pablo siguieron la rue Gambretta arriba para comprobar que estaba llena de tiendas de ropa (mucha marca), zapaterías, chocolaterías y establecimientos de souvenirs donde se llevaban mucho los albornoces y una especie de toalla redonda que parecía servir para secarse el pelo. Una vez terminada la calle, de vuelta hacia la playa, a la que llegaron a través de unas galerías comerciales. Ninguno de los tres lo dudó un instante en descalzarse para ir andando por la arena de camino al hotel y después sentarse frente al mar para echar una tranquila parlada durante más de media hora. Mientras, el resto del grupo (del que pronto se descolgaron Luismi y Gracia, y más tarde Miguel Ángel, Alicia y Elsa) se fueron hacia un extremo del paseo marítimo para hacerse fotos en una especie de acantilado del que Natalia salió con los vaqueros mojados. Todo el grupo volvió a encontrarse, sobre las 17.15 horas, casi en la puerta del hotel. Y entonces decidimos tomar algo en una de las terrazas de la plaza. Nos sentamos en la coctelería La Suisse y allí tomamos cañas, refrescos, café con hielo (Alicia, claro) y una copa de helado. Durante más de una hora estuvimos allí cómodamente sentados, después de comprobar que el camarero había intentado tomarnos un poco el pelo diciendo que no sabía español cuando de sobra supimos que no era así. Lo sabía y bien. Cristina fue la primera en abandonar el grupo para arreglarse para el concierto. Después le siguieron Elsa, Alicia, Esther... Los más rezagados fueron, además de Jesús, Víctor, Andrés, Luz y Natalia, que vieron aparecer a Álvaro, recién llegado de San Sebastián, y ya preparadito para el concierto. A las 18.00 horas, todos estábamos en el hotel, o bien en la ducha o bien preparándonos para el concierto. Luz aprovechó además para dar los últimos repasos a varias obras, ya que luego no podríamos ensayar en la iglesia. Mientras, Miguel Ángel y Álvaro se tomaban un tranquilo café esperando que todos los demás miembros de la orquesta bajaran para ir andando hasta la iglesia de San Vicente de Ciboure, donde tendría lugar el concierto. Sobre las 18.45 horas comenzamos nuestro periplo hacia la iglesia, situada al otro lado de la ría. Durante el camino, vimos cómo nuestro concierto estaba anunciado en una bombonería y en un cartel informático de información ciudadana. También lo habíamos visto en un cartel colgado de la puerta del baño del restaurante donde habíamos comido esa tarde.

Pasadas las siete de la tarde llegamos a la iglesia y lo primero que descubrimos fue que allí estaba la pila donde tuvo lugar el bautismo de Maurice Ravel, músico. Nos llamó la atención que, como en la otra iglesia, hubiera la maqueta de un barco pesquero colgada del techo. Preparamos los instrumentos, Alicia buscó un enchufe para poner su máquina a grabar y Pablo y Andrés saludaron a unos familiares suyos que habían venido desde San Sebastián para vernos actuar. Después tocamos. Pasamos frío. Salieron unas mejor que otras y terminamos el concierto con una importante salva de aplausos del público. El momento más divertido llegó cuando Miguel Ángel, para despedirse y dar paso a Carmen, la última obra, intentó hablar en francés y al final mezcló palabras de francés, con el español y el inglés (chanson de un soldier françoise with a gipsy española). Al término del concierto, algunos de los espectadores no dudaron en acercarse a nosotros para pedir alguno de los DVD que grabamos con motivo de nuestro 25 aniversario. Después, los compañeros de la estudiantina Donibandarrak se ofrecieron a acercarnos hasta el hotel en coches para poder cambiarnos para la cena. Lo agradecimos, aunque algunos como Álvaro, Gracia, Luismi, Jesús y Víctor tuvieron que ir andando. Una vez cambiados, volvimos a bajar a la puerta del hotel para que nos llevaran en coche hasta Chez Valentín, donde teníamos la cena preparada. Jamón serrano, paté, mantequilla y ensalada mixta componía el primer plato. Luego, pechugas de pollo con champiñones, salsa de queso y multitud de patatas fritas. Y, de postre, de nuevo tarta de chocolate y tarta vasca. Durante la cena, pudimos intercambiar experiencias con algunos de los componentes de la orquesta francesa y, además, nos obsequiaron con un cuadro de un jugador de pelota vasca sobre un fondo pintado de San Juan de Luz. Ese regalo pasa ya a formar parte de la colección de objetos y recuerdos de la orquesta.

De vuelta al centro, sobre las doce de la noche, nos llevamos la desagradable sorpresa de que los bares cerraban a las dos de la madrugada. Demasiado pronto para lo que la mayoría estamos acostumbrados. Gracia, Luismi, Víctor y Luz fueron los primeros en llegar al Pub du Corsarie, donde tomaríamos algo entre una música un poco extraña, porque las primeras canciones no había español que las conociera. Además, olía raro, como bien señaló Gracia. Después de una divertida confusión (Luismi le entró a unas chavalas, pensando que su mesa era el mostrador y ellas las camareras, jaja) nos acercamos a la barra para pedir algo. Los cuatro estuvieron dando vueltas hasta que llegó el resto (salvo Jesús y también Cristina, que estaba un poco indispuesta). Y empezamos a pedir. La mayoría se decantó por las cervezas (es lo más fácil). Andrés se arriesgó a pedir un whiski naranja y se encontró primero con que le ponían una coca cola y luego un whiski con zumo de naranja. Al final desistió. Además, se chocó con un francés a la puerta del baño, lo que dio lugar a un momento un tanto surrealista entre ambos, jeje. Y luego volvió a la barra con Natalia pero tuvo que esperar durante más de cinco minutos a que les sirviera porque la camarera (con unas pestañas y párpados pintados de forma surrealista) se había puesto a cantar como loca 'It's raining men', que estaba sonando por los altavoces). Nos instalamos en la parte trasera del bar, que simulaba un camarote y donde había unos chavales franceses jugando al billar e intentando pillar tajada entre ellos con la excusa del "ven que te enseño a jugar". Eran tan peligrosos con el taco que más de una vez alguno de nosotros tuvo que mover la cabeza para evitar que nos diera. Uno de ellos bebía una cosa rarísima de color azul y Luz ni se lo pensó al preguntarle que qué era aquello. Contestó algo, pero ninguno le entendimos, así que nos quedamos como al principio. Sobre las dos menos diez se encendieron las luces y un camarero con voz profunda se paseó por todo el bar diciendo "cinq minutes, cinq minutes". Como entendimos que nos estaban echando (somos listos, jeje), salimos del bar. Antes de subir al hotel, decidimos asomarnos a la playa, comprobar que no había nadie y que hacía frío. Nos hicimos una foto y subimos cada uno a nuestras habitaciones. Hala, a dormir.

Al día siguiente, el domingo, habíamos quedado a las 10.30 horas a la puerta del hotel. Hasta entonces, teníamos tiempo de sobra para desayunar. Alguno se levantó pronto, como Miguel Ángel, para dar una nueva vuelta por el pueblo. La mayoría decidió apurar algo más en la cama, aunque muchos ya estaban desvelados porque a las ocho y cuarto de la mañana la iglesia cercana había empezado a llamar a misa con una colección de campanadas tremenda y que parecía que nunca se iba a terminar. Los más rezagados en bajar a desayunar fueron Pablo, Víctor, Esther y Nohelia, que habían estado remoloneando un poco en la habitación de los chicos hasta que llegó el momento de bajar al comedor e hincarle el diente a pan, los cruasanes y el café. Junto a nuestra mesa, un muñeco extraño que no dejaba de mirarnos y que fue objeto de varias fotografías.

Salimos al as 10.30 horas y antes de dejar San Juan de Luz, Pablo y Elsa entraron en el restaurante donde habíamos comido el día anterior para conseguir el cartel (colgado en la puerta del baño) donde anunciaban nuestro concierto.

Hicimos la primera parada de vuelta en Irún, pueblo fronterizo que estaba lleno de autobuses, estancos, franceses con bolsas de tabaco y tiendas de licores y alcohol. Había botellas gigantescas de vodka, de ron o güisqui. Algunas de hasta cinco litros. El único que compró algo fue Pablo, que se trajo dos botellas de martini de litro y medio cada una. Luego también había tiendas de recuerdos, souvenirs y bolsos piratas. Había unos que llamaron la atención de Luz y algunas chicas porque ponían D&G pero cuando te acercabas descubrías que no eran de Dolce Gabanna, sino de Dance & Game. Tremendo. Alicia y Elsa dieron una vueltecita por la ría mientras que el resto le dio un repaso al pueblo. Como no tenía nada que ver, más allá de mucho gris y mucho autobús, enseguida volvimos al nuestro para dirigirnos a San Sebastián.

Paramos justo justo en la playa de la Concha y lo primero que hicimos fue desembuchar las cámaras de fotos para tomarnos un retrato delante de la playa. Algunos eran la primera vez que la veían y se la habían imaginado más grande de lo que en realidad es. El día no nos acompañó mucho. Estaba tristón, no hacía frío, pero sí viento. Eso no desanimaba a la gente, turistas o donostiarras, que abarrotaban las calles danto un paseo. Nosotros (se nos perdió Jesús) nos acercamos por el muelle, subimos por el acuario (sin entrar) y dimos una vuelta por el paseo que hay junto a la costa. Después volvimos (entre olor a pescado) para adentrarnos por el barrio antiguo y empezar la ruta de pinchos. Comenzamos por la Mejillonera (mejillones, tigres, bravas) y seguimos luego por otros dos bares de la misma calle donde cayeron croquetas, tostas y demás pinchitos. Algunos (sobre todo Luismi, Pablo y Miguel Ángel) aprovecharon además para ver la carrera de Fórmula Uno. Gracia aprovechó para mirar unas botas. Entramos en una zapatería para ver si las tenían rosas, del color que ella quería, pero lo único que descubrimos fue un perro al que le habían echo las rastas. En el último bar fue donde nos encontramos de nuevo con Jesús, que estaba dando un paseíllo por la zona antigua de la ciudad.

De nuevo todos juntos, nos dirigimos de nuevo al paseo de la playa y por el camino unos cuantos aprovecharon para comprarse un helado (gigante, de sabor Kinder). Paseíto junto a la playa, visita en tropel a un baño público y luego, al autobús para regresar a Tudela. Eran ya las cuatro de la tarde.

Nada más sentarnos en el autobús, la mayoría cayó dormido. Sólo aguantaron Pablo, Víctor, Andrés y Nohelia que, en el fondo del vehículo, estaban. Elsa leía ‘La bodega’ de Noah Gordon y el resto intentaba echar una cabezadita. Sobre las 18.40 horas paramos en una estación de servicio para tomar algo. La mayoría se lanzó primero al baño y luego a las bolsas de patatas fritas. Jesús y Miguel Ángel tomaron un helado y las fumadoras del grupo se metieron en un espacio reservado para los transportistas, con tele y sillones, para echarse un pitillo. También paró junto a nosotros una excursión de jubilados de Lugo que saturaron los baños de mujeres, por lo que las chicas de la orquesta (Gracia, Natalia…) no dudaron en meterse en el baño de los chicos, que estaba vacío, para evitar tener que hacer cola.

Sobre las 19.10 horas volvimos al autobús y tuvimos que tragarnos una película infumable, ‘Un cargamento potente’. Es difícil ver tantos malos chistes seguidos en una sola película. Se terminó sobre las 20.45 horas y ya sólo tuvimos que hacer veinte kilómetros más para regresar a Tudela, donde llegamos sobre las 21.00 horas.

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©2004 Orquesta de Pulso y Púa de Tudela de Duero