REPERTORIO


Sinfonía nº 40
de Wolfgang Amadeus Mozart

EL AUTOR

Wolfgang Amadeus Mozart

(Salzburgo 1756-Viena 1791)

Nació en Salzburgo, actualmente Austria y fue bautizado como Johannes Chrysóstomus Wolfgangus Theóphilus Mozart. Posteriormente su padre acortó el latín Wolfgangus al alemán Wolfgang, tradujo Teófilus (de origen griego) a Amadeus (en latín 'amor a Dios'), y le quitó el Johannes Chrysóstomus. Fue un niño prodigio, de una familia musical, y que comenzó a componer a la edad de cinco años. Su padre, Leopold Mozart, también era violinista y compositor. Algunas de las primeras obras que escribió Mozart siendo niño fueron dúos y pequeñas composiciones para dos pianos, destinadas a ser interpretadas por él y su hermana juntos.

Mozart vivió gran parte de su vida en Viena, aunque viajó frecuentemente por Europa. Es considerado uno de los más grandes genios musicales, y es uno de los compositores más populares entre audiencias modernas. Mozart mostró en muchos de sus trabajos, que él podía escribir piezas tan hermosas para los instrumentos como para la voz humana, violín o pianoforte. Siendo máximo exponente, junto con Joseph Haydn del periodo del clasicismo, a Mozart se le considera el compositor que inició la transición al periodo romántico de la música clásica. Sus sinfonías posteriores influyeron en el estilo del periodo. Ludwig van Beethoven, uno de los más conocidos compositores, fue influido por Mozart y escribió cadenzas sobre algunas de las obras de Mozart, en especial para el Concierto para piano nº 20. Mozart tuvo una memoria y una capacidad de trabajo extraordinarias. Cuando creaba una nueva obra la tenía por entero en la cabeza y sólo debía escribirla. En una ocasión escribió una obra entera el mismo día de su estreno. Tchaikovski admiraba también a Mozart y le dedicó su obra Mozartiana. Mozart se considera probablemente el genio musical más grande de la historia. Pese a ser tan brillante, no tuvo una vida fácil. Muchas veces no recibía el pago prometido por su trabajo. Gradualmente su salud llegó a ser muy pobre. Vivió apenas un poco más de la mitad que Beethoven, pero fue asombrosamente prolífico desde su niñez temprana hasta su muerte en 1791.

 
Interpretamos el primer movimiento de esta sinfonía (en sol menor K 550) escrita en el año 1788. El profesor López Cano escribe sobre esta obra: "Pensar siquiera en la penúltima de las sinfonías de Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791) es adentrarse en un mundo de misterios, dudas y contradicciones. Pero también es sumergirse en una trascendencia espiritual y dinamismo dramático insólito en el sinfonismo vienés anterior a Beethoven. El inexplicable origen de la sinfonía K. 550 es resistente a cualquier determinación historicista: no sabemos en qué circunstancia, para cual evento o a petición de qué personaje fue escrita. Ignoramos incluso si el propio Mozart llegó a escucharla en vida. Por otro lado, su intenso pero ubicuo poder expresivo ha producido desde sus primeros deambuleos por la historia de la música occidental, una ingente cantidad de fantasiosas valoraciones, ardientes comentarios, erráticos análisis y reacciones encontradas.

Por su cercanía cronológica, así como por los vínculos tonales que se perciben al interior de sus movimientos, es común pensar las últimas tres sinfonías de Mozart como un tríptico más o menos unificado. El porque se decidió a realizar estas tres obras en serie es un misterio. Desde que se mudó a Viena, Mozart no había apenas escrito obras de este género y las pocas que produjo, la Halffner, Linz y Praga, no fueron elaboradas para ejecutarse en aquella ciudad. La composición de las tres sinfonías fue vertiginosa. La 39 en Mi bemol mayor fue terminada el 25 de junio de 1788, la 40 en Sol menor el 25 de julio y la 41 en Do mayor el 10 de agosto. Sin embargo, tal premura no parece haber respondido a alguna razón precisa como un encargo o una gira.

El aquella época Mozart había caído ya en desgracia. El público vienés le había dado la espalda y las últimas series programadas de sus particulares conciertos por suscripción (conocidos con el nombre de academias) habían fracasado estrepitosamente. Su nivel de vida se volvió insostenible y tuvo que mudar su residencia un par de veces, teniendo que retirarse a moradas mas modestas de los arrabales vieneses. Para aumentar sus penas, otro hijo más, en esta ocasión la pequeña Theresia, moría prematuramente mientras él mismo enfermaba con regularidad. Su ruina económica le llevó a solicitar diversos préstamos a Michael Puchberg, comerciante, músico y compañero masón de Mozart. Las cartas donde solicitaba tales empréstitos fueron elaboradas durante los mismos días en que Wolfgang componía su sinfonía 40. En ellas se nos revela sus penosos tratos con prestamistas y usureros. A partir de éstas es posible también constatar en el autor el desarrollo paulatino de un espíritu intranquilo, incomodado constantemente por la recurrencia de “negros pensamientos”. Todo esto hace más inexplicable la composición de estas tres obras maestras de un nivel de espiritualidad superior. ¿Para qué dedicar ese tiempo en obras que aparentemente no le iban a proporcionar ningún beneficio económico?
Por lo que se deriva de una de las cartas dirigidas a Puchberg, entendemos que Wolfgang tenía la intención de realizar una nueva serie de conciertos por suscripción que, al parecer, nunca se llevó a cabo. Pero aún en ese caso, hubiese sido más lógico escribir un concierto para piano como los abundantes y espléndidos que compuso para deleitar a su público vienés. ¿Se trataba acaso de un imperioso obligado por un golpe de inspiración capaz de minimizar la tragedia inmediata en la que vivía el compositor?; ¿Sería acaso la apremiante necesidad de redondear su ciclo de composiciones para este género antes de recibir a la inexorable muerte?

Pese a que no acostumbraba a revisar obras compuestas con anterioridad y que el mito asegura que Mozart no solía hacer correcciones, sabemos que revisó en por lo menos una ocasión la sinfonía. Mozart corrigió algunos pasajes del Andante y agregó la parte de clarinetes que no existían en el original. Es posible que estas correcciones se hayan elaborado después de alguna ejecución pública. Pero no existen rastros documentales de ello. Algunos biógrafos afirman que la adición de clarinetes se verificó entorno a 1791. Sin embargo, recientes estudios de diplomática, han confirmado que el tipo de papel donde Wolfgang anotó las nuevas partes y que ha llegado hasta nosotros gracias a la curiosidad de Johannes Brahms (1833-1897) quien lo conservó entre sus documentos personales, corresponde con el que utilizó durante la composición de las tres sinfonías y con el que utilizaba regularmente entre diciembre de 1787 y febrero de 1789.

Sean cuales fueran las razones que motivaron su composición, la densidad musico-dramática de la pieza no ha dejado indiferente a nadie. Sin embargo, críticos, analistas, músicos y público general, no aciertan a proponer un elemento unificador en sus interpretaciones que sintetice esa amalgama efecto-afectiva que detona la obra. De este modo, mientras la mayoría de los músicos del siglo XIX la calificaron de verdaderamente “Romántica” (quizá para decir moderna y altamente expresiva), Robert Schumann alabó la “ligereza y gracia griegas” de una sinfonía que ya en 1793 era calificada por Traeg como una de las más bellas sinfonías del maestro. Oyulibicheff, por su parte, la vinculaba con la “agitación de la pasión, los deseos y recuerdos de un amor infeliz”. Si bien un Hector Berlioz simplemente quedó perplejo ante el despliegue expresivo y formal de esta obra, otros la vincularon con el estilo de la opera buffa e intentan establecer vínculos intertextuales entre diversos pasajes de la obra y áreas vocales de óperas del autor como los que se han detectado claramente en la sinfonía 41. Por otro lado, Abert afirma que la gran sinfonía en sol menor es la “expresión más nítida de ese profundo y fatalista pesimismo de Mozart”. Mientras que Greithee habla de “presagio de la propia muerte… expresada de manera conmovedora y resignada, pero no sentimental”, Mila, al contrario y siguiendo a Schumann, vió en ella la manifestación de la simetría y sobriedad clásica, “de inalterada belleza” donde conviven "elementos infantiles y elegiacos, tristeza divina y melancolía inexplicable". Para Carli Ballola y Parenti “es reticente y ásperamente concisa, a veces incluso expeditiva. Su violencia está profundamente interiorizada, con raros rasgos de abandono; su gesto conjuga el oxímoron de lo refinado y lo somero”. Para Robbins Landon, la obra resulta simplemente “frenética y angustiada”. Poggi e Vallora la califican de una obra que se debate entre la pureza de estilo y la pulsión comunicativa.

Dada esta disparidad de valoraciones, debemos concluir que la polivalencia expresiva de la sinfonía cuarenta no es sino producto de los inagotables recovecos dramáticos que se multiplican y expanden en su interior. Como Harnoncourt ha señalado oportunamente, en la escritura sinfónica de Mozart se asoma toda su maestría narrativo-dramática de compositor de óperas. En la sinfonía en sol menor los temas son tratados como verdaderos personajes sometidos a las más variadas situaciones y escenarios afectivos.

La así llamada Gran sinfonía en sol menor para distinguirla de una sinfonía anterior, la K. 183, la pequeña en sol menor, no fue publicada sino hasta 1810 en Londres por la casa Cianchettini & Sperati. Su primer movimiento, Allegro non troppo, esta basado en un tema cantabile cuyo gesto melódico ascendente hacia el final asume la figura retórica de interrogatio o pregunta retórica, que remeda el giro melódico con el que se musicalizan las interrogaciones de los personajes de las operas desde el primer Barroco. Su periplo expresivo incluye un contundente climax alcanzado por la eliminación y repetición continua de material. Este procedimiento preludia uno de los recursos compositivos básicos del sinfonismo de Beethoven y no es nada común en un Mozart que usualmente nos desborda con su inagotable invención melódica capaz de presentar sin descanso nuevas ideas temáticas una y otra vez. El segundo movimiento, Andante, está escrito en la lejana tonalidad de Mi mayor. Algunos de los segmentos más elegantes y orgullosos de esta sección son citados por Joseph Haydn en el aria No. 38 de su oratorio Die Jahreszeiten. El tercer movimiento es un rudo y áspero Menuetto: Allegretto con trío intermedio. Su dramatismo intenso en nada se corresponde con la gracia y coquetería características de esta danza prescritas por lo teóricos de la primera mitad del siglo XVIII. Este movimiento sirvió de modelo para el Menuet de la quinta sinfonía de Schubert. El movimiento final, Allegro assai, es un postludio fugaz y agitado como una intriga, que recurre continuamente a progresiones armónicas típicas del barroco".

OTRAS OBRAS
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