HISTORIA. CALLE MAYOR

'La rosa del azafrán'
Noviembre de 1995

El pasado 28 de octubre volvimos a ser requeridos por la asociación Amigos de la Zarzuela para tomar parte de una representación. Esta vez se trataba de La rosa del Azafrán, del maestro Jacinto Guerrero.

Como de costumbre, la compañía vallisoletana se acordó de nosotros a última hora y recibimos las partituras con apenas dos semanas antes de la fecha en la que debíamos haberlas aprendido. Además, se trataba de varias piezas de gran dificultad, viéndonos obligados a relizar un sobreesfuerzo para cumplir, como siempre lo hacemos. Cuando las obras estaban dominadas, un único ensayo con la orquesta de la zarzuela fue suciente para compenetrarnos y estar listos cara al día de la función.

El 28 de octubre llegó y nosotros estábamos preparados para cualquier cosa que pudiera acontecer durante el trasncurso de las dos sesiones, tarde y noche. La gran incertidumbre, ¿de qué nos vestirán? se resolvió enseguida. El atuendo constaba de una camisa, unos pantalones de pana y la reglamentaria faja para completar el disfraz de paisanos.

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Los integrantes de la Orquesta, en un momento de receso.

Haber participado en bastantes actos de este estilo nos ha proporcionado la experiencia que nos hace casi unos profesionales del teatro, preparados para solucionar cualquier problema con
nuestra capacidad para la improvisación, de la que siempre tenemos que hacer
uso, porque, normalmente,
cinco minutos antes de empezar nos cambian todos los planes: si teníamos que entrar al escenario por la taberna, ahora nos hacen entrar por una calle falsa de las del decorado. En el caso de que debiéramos haber hecho mutis pronto, han cambiado de idea, y nos toca quedarnos en escena todo lo que dure el acto; y así, hasta volvernos locos, pero la experiencia nos ayuda a asimilarlo pronto y no hay mayores problemas.

La escena que nos fue más grato representar fue la que se desarrollaba en la taberna. La mesonera pasaba una y otra vez con bandejas de vino y pastas, y nosotros, para dar realismo al cuadro escénico, nos vimos obligados a hincharnos de una y otra cosa.

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Arriba, momentos antes de la actuación. Debajo, Álvaro Domingo y Diego Beltrán. Sobre la obra

Entre las dos sesiones intercalamos nuestro ya tradicional autohomenaje, con chorizo, queso y pastas de Portillo y otros manjares. Con esa sana costumbre hemos sentado cátedra en el mundo del teatro lírico y observado cómo ciertos alumnos aventajados han llegado, incluso, a superar a sus profesores. Nos referimos a los maestros de la Orquesta, con la que compartimos el camerino. A orquesta más grande, merienda mayor, y con cierto asombro pudimos comprobar cómo violinistas, trompetistas o accionadores del clarinete, lo que mejor dominaban eran los instrumentos de cuerda, a saber: el chorizo y el salchichón. ¡Qué destreza, qué delicadeza y precisión al hundir el cuchillo en los embutidos! ¡Qué pericia y dominio de una técnica tan sutil como pueda serlo frotar con el arco las cuerdas del violín! Después del maravilloso recital de cuchillos deslizados sobre carne de porcino, volvimos al trabajo, que salió magnífico por lo bien que llevábamos templados los instrumentos y los cuerpos.

Para la segunda representación, algunos de los componentes de nuetro grupo tuvo la idea de aportar algo propio a la creación artística y adornar su uniforme con un chaleco y una boina, transformando su traje de paisano en un traje de paleto, por el aspecto rústico que presentaban. En el momento de comenzar la obra, se lo pensaron mejor y decidieron prescindir de su disfraz de Paco Martínez Soria y no cambiar el contenido del guión. Con este sabio juicio, evitaron mostrar su aspecto más esperpéntico y tal vez, impedir que alguien los sacara a cantar.

Acabó la zarzuela y la Orquesta de Pulso y Púa puede apuntar una más en su currículum, que esta vez tuvo aspecto de feria gastronómica porque, al volver, no cabíamos en los coches de lo que habíamos crecido (pero a lo ancho, no a lo largo).



OTROS MESES DE CALLE MAYOR
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