DETRÁS DEL ATRIL


Viendo preparar las paellas en el restaurante Las Bairetas.


Nos enseñan el arroz que nos tomamos en Las Bairetas.


En la playa, a punto de meternos en el agua.


Pablo y Rodrigo, en la Malvarrosa.


De paseo por Valencia.


Rodrigo le hace una foto al árbol genealógico del flamenco en un bar de Valencia.


Ángel, con muchas paelleras.


Integrantes de la orqueta con la fallera.


Gárgola bandurrista en Valencia.


De vueta al hotel la segunda noche


Tertulia a las puertas del hotel.


Luismi, Pablo y Gonzalo intentar recuperar los coches en el aparcamiento.


Luz, con su nueva bandurria.

 

Chiva, Valencia y una peli de terror
12-13-14 de abril de 2014

Poco podíamos sospechar los integrantes de la Orquesta de Pulso y Púa de Tudela de Duero que nuestro viaje a Chiva (Valencia) se iba a convertir en una película de terror, en un capítulo de 'The walking dead', en un expediente x, en algo más terrorífico que una obra de Calatrava. Lo tuvo todo. Luna llena, coches que desaparecen, estatuas que vigilan, sombras que se asoman de noche por la ventana de un hotel, aparcamientos que se cierran de forma misteriosa para impedir que los coches salgan de ellos, espectros que reparten habitaciones, gatos atropellados que sobreviven y, lo más misterioso de todo, un bar donde no sirven cañas. Nuestro viaje a Chiva ha sido un capítulo de la Jessica Fletcher. Pero vayamos por partes.

El viaje comenzó el viernes a primera hora de la tarde, cuando Javi fue de avanzadilla para ir avisando al pueblo de que nosotros llegaríamos al día siguiente. También hacía algo que tuviera casa y familia allí y aprovechara para pasar un día más con ellos, claro. El resto de los miembros de la orquesta (con Rebeca, Edu y Gonzalo como acompañantes) salimos al día siguiente, el sábado. El punto de encuentro, como ya es habitual, fue el Bar Nostrum, en Tudela de Duero. Y la hora convenida, las siete y media de la mañana. Fuimos repartidos en varios coches. Con Pablo fueron Víctor, Alicia y Andrés. Con Luz y Gonzalo viajaron Ángel y Esther. Con Álvaro estuvieron Rebeca, Edu y Miguel Ángel. Y en el coche de Luismi fueron los concursantes de Pekín Express. O sea, Gracia, Rodrigo y Elsa, que decidieron emprender la aventura por su cuenta y en lugar de ir, como el resto, por la A-3 y la autopista que va hacia Levante, prefirieron internarse por la carretera de Medinaceli y llegar por allí hasta Valencia. La idea era sortear el posible atasco que se crearía cerca de Madrid y en la ruta al Levante porque ese sábado arrancaba la operación de Semana Santa. Lástima que no calcularon con que se podían equivocar de camino, pasar el cruce que deberían haber tomdao y eso les obligó a retroceder, a dar alguna vuelta por carreteras convencionales y a llegar un poco más tarde que el resto al hotel. Una ruta, vamos, digna de los concursantes de Pekín Express, o algo por el estilo.

El resto de los coches tomaron rumbo Valencia para llegar al hotel sobre las 13:30 horas. Tuvieron que esperar un ratillo hasta que se les entregaron las llaves de las habitaciones en el hotel Ignacio, el punto de descanso de la comitiva. La mayoría pasaría aquí dos noches, algo que no veíamos en la orquesta desde hacía muuucho tiempo, puesto que la mayor parte de las salidas con pernoctación se resuelven en una sola noche.

Después de casi tres cuartos de hora por fin nos instalamos en el hotel y al poquito aparecieron los excursionistas de Medinaceli, que no tardaron mucho en dejar las maletas en las habitaciones. A aquella hora ya nos estaba esperando Javi para llevarnos a comer al restaurante Las Bairetas, la arrocería que la familia Margás Benzal tiene en Chiva y donde nos trataron estupendamente. Los responsables del negocio nos enseñaron los enormes fogones de manera donde preparan sus paellas y unos deliciosos platos de arroz, en una nave que parece industrial y donde no parece esconderse un estupendo restaurante donde comimos de lujo. De entrada, un detalle de la casa: panceta sobre puré de patatas. Luego probamos un timbal de sepia, unas sardinas con cebolla, pimientos y huevo campero (servidas en un gracioso recipiente con forma de lata que dicen que más de un cliente se ha llevado por delante intentando abrirla), arroz a banda, paella valenciana y de postre, un dulce de turrón. Todo muy rico y con una decoración muy curiosa, con corchos de vino en el techo y saquitos de arroz en las paredes en este restaurante Las Bairetas. Además, uno de los responsables del negocio, Pablo Margós, participó en el programa culinario de Cuatro Deja Sitio para el postre.

Con el estómago lleno, nos preparamos con el concierto con la concentración en el hotel, aunque algunos integrantes, como Víctor, se calzaron el ipod y dieron una vuelta por Chiva antes de la ducha y la colocación del uniforme. Los chicos de la orquesta han vuelto a cambiar su indumentaria. Si hace unos meses tocaban con camisa blanca y pajarita granate, luego con camisas de colores y sin nada al cuello... ahora parece que se han decantado (a ver si de forma definitiva) por una camisa negra y una corbata (¡corbata!) cada uno de un color.

Una vez preparados, los músicos cogieron sus coches y condujeron hasta el centro de Chiva. Allí aparcaron sus vehículos. Este detalle, el de dejar el coche en un aparcamiento subterráneo es muuuy importante. Hay que estar atentos a las pistas que se van dejando en esta crónica. El concierto tuvo lugar en el Teatro Astoria, y también participaron la orquesta Celia Giner, de Alfafar (Valencia), los anfitriones. Nosotros nos encargamos de cerrar la velada. Para preparar el concierto hicimos un miniensayo en el que nos dio tiempo a repasar un par de obras porque enseguida se abrirían las puertas. Ha sido uno de los ensayos más terroríficos de la orquesta. Cualquiera que lo hubiera escuchado pensaría que dónde íbamos nosotros. No podía salirnos nada peor. Un desastre. ¡Un desastre! Menos mal que nos solemos crecer con el directo. :)

Con el inicio de la actuación, los integrantes de la orquesta nos sentamos en el patio de butacas para escuchar a nuestros compañeros. Bueno, no todos, porque Andrés tuvo que regresar al hotel para buscar una partitura, la de 'The entertainer', ya que corrió el bulo de que a lo mejor la teníamos que tocar y Andrés no había traído la partitura consigo. Luismi se ofreció a acercarle hasta el hotel. Fue la oportunidad que tuvo, al regreso, de no meter el coche en el aparcamiento subterráneo... pero la desaprovechó.

La orquesta Celia Giner acudió además con una envidiable cantera de su escuela de música, lo que demuestra que estos instrumentos tienen futuro. Y luego llegó el turno de nuestros compañeros de Chiva, que incluyeron en el repertorio obras de Beethoven, Mozart y del director de su orquesta. Después llegó nuestro turno con un concierto en el que estrenamos nuevas piezas como Time o Los Muppets.

Uno de los grandes descubrimientos de la gala musical fue la presentadora del acto, Estrella Rayo, la presidenta de la orquesta Villa de Chiva, quien echó mano de un estupendo sentido del humor para hacer las presentaciones. Por ejemplo, cuando comentó que se había cogido unas gafas porque le hacían juego con el vestido pero con las que no podía ver nada ni leer el programa, o cuando comentó que detrás de bambalinas había confundido a uno de los músicos al que le había entregado un montón de cosas para que se las sujetase. Muy divertida Estrella.

Una vez concluido el concierto, los compañeros de la orquesta de Chiva nos invitó a un tentempié en la sede del colectivo. Allí nos ofrecieron una cena con empanadas, tortilla, bebida y, de postre, café con surtido cuétara y una riquísima Agua de Valencia. La directiva de nuestra orquesta estuvo departiendo con la de Chiva, intercambiando experiencias sobre intercambios (o financiación y presupuestos) mientras de fondo se exponían algunas fotografías históricas de los integrantes de la orquesta de Chiva.

Después de despedirnos de los compañeros de las otras orquestas, sacamos el coche del garaje (ojo al dato) y volvimos al hotel para quitarnos el uniforme de actuar y ponernos cómodos, a la par que elegantes, para dar una vuelta por Chiva. Javi, nuestro compañero embajador, nos comentó que no había mucho jaleo en la localidad, que la mayor parte de la juventud tira para Valencia y que por eso no hay muchos bares abiertos, pero nos recomendó que dejáramos el coche en el aparcamiento, que está abierto hasta las tres de la madrugada y que podíamos tomar algo en alguno de los locales que abrían. Acabamos de soltar una pista impresionante que quizá haya que recuperar un poco más tarde.

Así que, una vez preparados, montamos en los coches de Luismi y Pablo (no fue necesario mover el de Luz porque cabíamos todos en estos), los aparcamos en el subterráneo y nos fuimos, junto con Javi, al local que nos había recomendado. El Valentina Café, de Chiva, donde la noche empezaba con un monologuista, Rubén García, que nos echó un poco la bronca porque no callábamos y no le dejábamos actuar.
-Oye, chicos, ¿me oís ahí al fondo? Porque yo os oigo de puta madre.
Y la verdad es que no se le escuchaba muy bien. Ehh. Aunque de vez en cuando soltaba algún chiste que sí que llegaba hasta el público. Ehh. Como ese de la chica tan guarra que se comía los calippos de rodillas. Ehhh. O esa novia suya tan viciada con el móvil que al llegar a casa pasaba el dedo por la cerradura para abrir la puerta.

El caso es que nos apostamos junto a la barra del bar y allí nos quedamos hasta que nos echaron, casi cinco horas después. Era el único bar que debía estar abierto y con ambientillo en Chiva así que no dudamos en quedarnos aquí. Sobre todo, porque después llegaron compañeros de la orquesta Villa de Chiva y se montó un grupillo muy majo y divertido con ellos. Lástima que a esa hora algunos de los integrantes de la orquesta ya se habían marchado, como Álvaro (que al día siguiente tenía que conducir y quería descansar), Elsa o Alicia, que se fueron pronto al hotel. Rebeca no salió. Y Andrés (sorprendentemente, tampoco). El resto, aguantamos como unos campeones. Esther intentó conseguir uno gracioso elefante que como un gorro tenían los camareros del bar (esos que bailaban como si tocaran una guitarra invisible) pero al final no consiguió su objetivo. Una lástima. Y eso que lo intentó. El dj parecía estar a punto cuando dijo que se lo daba si bailaban juntos un poco, pero cuando vio que Esther se lanzaba, el tipo se echó un poco para atrás.

Y luego estaba el camarero. Elsa pidió una Fanta Naranja.
-¿Cuánto es?
-Dos euros.
Elsa busca entre las monedas para ver si tenía suelto, las pone en la palma de su mano y comprueba que solo tiene uno cincuenta.
-Es igual, dame eso.
Y además, el camarero cobraba el jack daniels según la cantidad que echara. Estaba el de cinco (que le cobró a Gracia, "porque no había echado mucho") y luego el de seis de Luismi ("es que vale a seis euros, pero como ella me ha pedido menos no le voy a cobrar tanto").

Por cierto, que el dj tenía un poco el dedo flojo porque cambiaba canciones al minuto y medio y apenas las dejaba escuchar. Aún así, no fue un impedimento para bailar, para echarse unas salsas (aunque Marc Anthony sonara a reguetón) y para corear y gritar Clavado en un bar, las canciones de Los Rodríguez o ese 'Cant take my eyes out of you' cuyo estribillo cambiamos por Medinaceli lo-lo-lo-ló en honor de los compañeros excursionistas que prefirieron venir por la carretera convencional por la mañana.

Además, nos encontramos con una chica a la que bautizamos como Nohelia en honor a nuestra compañera de percusión que no se pudo acercar por su enoooorme parecido con ella. Y para parecidos, el de la camarera encaramada a unos altísimos zapatos de tacón. Sobre ellos parecía la hermana de Cristina Pedroche. Cuando se bajó, ya no tanto.

Cerca de las cuatro y media de la madrugada y sin haber conseguido que nos pusieran una canción entera y nos regalaran el gorro del elefante, nos invitaron a salir del bar porque tenían que cerrar. "Yo os dejaría que os quedárais, pero es que si no nos multan, nano", nos dijeron. Y claro, tampoco era plan de que empiecen a soltar sanciones por nuestra culpa. Así que salimos del bar sobre las cuatro y media y todo ufanos nos dirigimos hacia el aparcamiento pensando ya en esa camita tan rica que nos esperaba en el hotel. De camino al aparcamiento (y está claro que los cubatas y gin tonics no nos afectan porque pudimos verlo con claridad) descubrimos dos estatuas que nos observaban desde lo alto de la Casa de Cultura de Chiva. El caso es que cuando fuimos a coger los coches... oh, oh. Nos dimos cuenta de que el aparcamiento estaba cerrado. Y no solo eso, sino que no iba a abrir hasta las siete de la mañana. Y no solo eso, sino que además el bar del que veníamos ya estaba cerrado y no había ninguno más abierto. Y no solo eso, sino que encima nuestro hotel estaba a media hora de camino andando. Y no solo eso, sino que no había taxis disponibles. ¿Solución? Subir andando, a las cuatro y media de la mañana, desde el centro de Chiva hasta el hotel Ignacio. Un planazo.

Eso sí, menos mal que acostumbramos a echarnos una risa de las adversidades y nos entretuvimos con chorradas varias durante la comitiva, compuesta por Gonzalo, Luz, Edu, Miguel Ángel, Rodrigo, Pablo, Esther, Ángel, Víctor, Gracia y Luismi, quien tomó carrerilla y subió a toda leche el camino, sin esperar a nadie. Durante el camino, y cerca de una gasolinera Cepsa abandonada, Miguel Ángel se encontró con un gato muerto, destripado, apachurrado, y no dudó en arrodillarse y (aggg) intentar hacerle una operación de resucitación con maniobra cardiopulmonar para resucitarlo. Sin éxito, claro. La caminata siguió hasta el hotel y antes de que llegara el pelotón se pudo ver, en el segundo piso, la silueta de Luismi, recortada al contraluz, mientras esperaba en mitad del pasillo a que llegáramos para dejarle la llave con la que abrir la habitación. La noche concluyó con unas cuantas risas antes de volver a las habitaciones.

Al día siguiente, los primeros en levantarse fueron los compañeros que tenían que volver para Tudela de Duero. Álvaro iba de conductor y con Rebeca, Edu, Elsa y Miguel Ángel como compañía. El resto, quedaban en Valencia. Y fueron poco a poco apareciendo, desde las nueve y media de la mañana, por el comedor del hotel. Desde los más madrugadores, como Alicia o Andrés (que no salieron el día anterior) hasta los más perezosos, como nuestro director, que se incorporó ya casi a ultimísima hora. Entre medias, hubo que hacer maniobras para recuperar los coches, que habían quedado durante toda la noche encerrados en el aparcamiento subterráneo. Menos mal que Luz no había bajado su vehículo la noche anterior y así los conductores pudieron bajar hasta el centro para recuperar los coches.

A las once y media habíamos quedado para salir rumbo a Valencia con la intención de pasar una mañana de playa y una tarde de visita por el centro. Luismi ha trabajado en varios proyectos en Valencia así que se conocía por encima el callejero de la ciudad y nos acercó a la perfección hasta la playa de la Malvarrosa. Después de dejar el coche el parking de Neptuno, decidimos lo primero (por consejo de Javi) reservar en un local para comer y luego nos lanzamos a la playa como desesperados, como chicos del interior que tienen unas enormes ganas de mar. Bueno, todos no. Alicia prefirió quedarse tomando unas cervecitas y Rodrigo, después de un someo paseo por la playa (donde vio el rodaje de un vídeo musical) también se unió a lo del vermú.

Mientras, los más valientes se internaban en el agua. Primero Gonzalo y Luz, junto con Víctor. Fueron los valientes que más tiempo aguantaron en el mar. El agua estaba fresca, aunque no demasiada fría. Y además tenía olas. Pero no todos los integrantes de la orquesta compartieron esta idea y muchos se salieron casi nada más darse el primer chapuzón. Luismi, Pablo, Esther, Gracia y Andrés se bañaron, pero solo el último aguantó y se pegó unas cuantas brazadas.

Una vez catado el agua, llegó el momento de comer. Además, se nos unió Javi y su mujer Elena para pasar juntos la sobremesa y la tarde. Comimos un plato del día en el restaurante Tapas, en pleno paseo marítimo. Y con varias opciones para elegir, desde la ensalada de espinacas a la paella valenciana pasando por el arroz negro, el arroz abanda, los tortellini o el solomillo de cerdo.

Al terminar de comer decidimos ir al centro. Pasamos por delante de Mestalla, donde el Valencia jugaba (y ganaba 1-0 al Elche). Y en el centro, dimos un paseo por Carrer de la Pau, la palza de la Reina, la catedral, plaza de la Seu, Carrer del Cavallers, la plaza del negrito, la plaza del mercado, la calle de San Ferran y la plaza de Rodrigo Botet, donde nos sentamos a tomar un chisme, en la terraza del restaurante Gepeto. Allí, nos juntamos con varias falleras que salían de un acto en el hotel Astoria Palace... y Andrés no dudó en levantarse para pedirle a una de ellas que se hiciera una foto con nosotros. Desde aquí le damos las gracias porque nos hizo mucha ilusión.

Y después, de vuelta a los coches para regresar al hotel y prepararnos para dar una vuelta. Los chicos salieron preparados un poco antes y bajaron al Chiva. Dejaron los coches en el aparcamiento porque claro, si cierra a las tres de la madrugada hoy domingo no habría problema porque al estar un poco más cansados (y no abrir el Valentina, que ya nos lo habían dicho el día anterior) pues no aguantaríamos tanto. El caso es que se dejó allí los coches y los chicos se sentaron para tomar algo en un bar llamado La Jijonenca. No había grifo de cerveza, así que no pudieron tomar unas cañas y hubo que tirar por la cerveza (Buddweiser) y Andrés optó por un verdejo. Aunque no había verdejo, así que tuvo que tomarse un vino blanco que en realidad, como dijo la camarera, era un vino turbio.

Mientras las chicas, ya acicaladas, bajaron en el coche de Luz, aparcaron el subterráneo y se fueron a dar una vuelta por Chiva. Lo lógico habría sido llamar al móvil para ver dónde estaba el resto de la orquesta y quedar, pero ellas decidieron buscar por su cuenta La Jijonenca... ¡en dirección contraria! El caso es que al final llegaron al bar, pidieron una no caña (acompañada por unos crepes y un poco de embutido con cacahuetes) y después la orquesta decidió buscar un lugar donde cenar.

Javi nos había recomendado ir donde los cagones, un bar de bocadillos y raciones. Y allí que nos fuimos. En realidad teníamos pensado meternos en el primero que pilláramos. Con tan buena fortuna que era el de los cagones. Nos dimos cuenta porque lo ponían las servilletas del bar, que oficialmente se llama Longi. Allí, entre fotos de Enrique Ponce, tomamos una hamburguesa completa (aunque algunos entendieron completa sin lechuga, como Pablo, sin tomate, como Luismi, o sin cebolla, como Gracia) y bocatas de sobrasada, el ibiza mixto o el ibiza a secas.

Terminamos de cenar a las once y cuarto y nos encaminamos hacia los coches. La verdad es que después de la noche anterior y de un día de baño y paseo por Valencia estábamos algo cansados y, aunque era pronto, ya había ganas de ir al hotel. Total, que los once integrantes de la orquesta que quedábamos (Luismi, Gracia, Pablo, Andrés, Rodrigo, Ángel, Víctor, Esther, Alicia, Luz y Gonzalo) anduvimos hasta el aparcamiento y... ¡sorpresa! ¡Estaba cerrado! Pero, ¿cómo? ¿No estaba abierto hasta las tres? Las puertas metálicas cerradas. Ay madre. Pablo y Andrés no se resignaron, entraron y pudieron ver que el aparcamiento cerraba los sábados a las tres... pero los domingo a las once. Y no volvía a abrir hasta las siete. O sea, que había que dejar de nuevo el coche en el aparcamiento. Había que volver a subir andando hasta el hotel (noooo!!!!) y, como allí ya no quedaba ningún coche, había que volver al día siguiente andando al centro de Chiva para coger de nuevo el vehículo.

Resignados volvimos a recorrer de nuevo la media hora de caminata hasta el hotel, recordando el sitio donde Miguel Ángel hizo el boca a boca al gato o cada una de las persinas que el día anterior crujían a nuestro paso. Poco a poco, y después de ver luna llena, se fue extendiendo la idea de que estábamos dentro de una película de terror, jajaja, que el aparcamiento tenía personalidad propia e impedía que sacáramos de su interior los coches. Vimos pasar a una chica con un gato en brazos y pensamos que era la persona que se encargaba de matarlos y esparcir sus cadáveres por el pueblo para que los encontráramos. Recordamos la sombra siniestra de Luismi en el hotel. La recepcionista sin voz. El tiempo que pasamos en recepción haciendo las habitaciones, como si hubiera una fuerza que nos quisiera avisar para que no nos quedáramos en el pueblo. Pensamos que nos habían dado pistas para no llegar (como esa vuelta eterna por Medinaceli) y ahora, una vez dentro, Chiva quería que no nos marcháramos y por eso nos dejaba atrapados los coches. En fin, el viaje fue una ide de olla detrás de otra que se completó con una tertulieja, que empezó justo a medianoche, la hora de las burjas, a las puertas del hotel, sentados en la terraza mientras decíamos una parida detrás de otra. Como que si las estatuas de encima de la casa de cultura tenían ojos. Que si el aparcamiento ahora cerraría toda la Semana Santa y no podriamos coger los coches y salir del pueblo en siete días... Unas cuantas risas nos echamos hasta que, al final, decidimos ir a la cama no solo porque estábamos agotados... sino porque al día siguiente... ¡nos volvería bajar de nuevo al centro de Chiva a por los coches! Como se institucionalizaría en ese momento. Todo muy raro. Muy raro. Muy raro.

Ya por la mañana, y después del desayuno (con cata de crema de cacahuete incluida), Gonzalo, Luismi, Víctor y Pablo bajaron andando hasta el aparcamiento para recuperar los coches. Pero Gonzalo se dio cuenta a mitad de camino de que, ay madre, no llevaba el tiquet del aparcamiento, que se lo había dejado en la habitación. Nos temíamos que todavía nos tocaba volver de nuevo para buscar el tiquet y recuperar el vehículo de Luz. Afortunadamente, el encargado del aparcamiento se portó estupendamente con nosotros, todo un profesional, nos hizo un duplicado y pudimos salir sin ningún problema.

Al final, ese paseo de mañana por Chiva nos permitió comprobar algo que ya habíamos intuido. Que Chiva es un pueblo de puta madre, que sus vecinos nos habían tratado estupendamente, que había muchísima actividad, muchos bares, muchas tiendas, comercios y servicios, un estupendo teatro donde tocamos con mucho orgullo y unos integrantes de la orquesta de Pulso y Púa que nos recibieron con los brazos abiertos.

Con los coches de vuelta al hotel pensamos en lo bien que lo habíamos pasado ese fin de semana e hicimos deseos para poder volver... aunque nos tocara volver a subir andando al hotel (aunque esta parte se puede negociar).

Llegó el momento de preparar el viaje de regreso. Luismi y Gracia tomaron rumbo Jávea para unas clases de submarinismo. Y el resto regresamos a Valladolid. Pero por dos rutas. Pablo llevaba en el coche a Víctor, Alicia, Andrés y Esther. Menos mal que esta última le había dejado el día anterior su guitarra a Álvaro para que la llevara a casa en su maletero, porque si no los cinco y sus equipajes e instrumentos no habrían cabido en el vehículo. Los cinco hicieron un viaje muy rápido, se cruzaron con un atascazo en la A3 en dirección Valencia y pararon en Las Rozas Village para comer y dar una vuelta rápida a las tiendas (Pablo pilló una camiseta, Víctor un jersey).

Más interesante fue el viaje del otro vehículo. Luz, Gonzalo, Ángel y Rodrigo hicieron una ruta por varios luthiers de la zona porque Luz tenía la intención de comparse una bandurria. Durante los últimos años, ha tocado con el instrumento prestado por Natalia, otra componente de la orquesta que ahora toca el laúd y que desgraciadamente tampoco nos pudo acompañar en el viaje. Luz pensó que ya era el momento de comprarse una bandurria. Y la adquirió en Casasimarro, Cuenca, en el taller de Tomás Leal. Una preciosa bandurria de ciprés con tapa de abeta de la que se enamoró nada más verla. Un instrumento estupendo del que sacará una estupenda sonoridad y que seguro que nos ayudará en nuestros próximos conciertos.

Y así es como terminó el viaje a Chiva (Valencia) de la orquesta de pulso y púa de Tudela de Duero. Un viaje que siempre recordaremos por las caminatas hasta el hotel porque los coches quedaron atrapados en un aparcamiento y por las risas que nos echamos pensando en una película de terror. Más viajes así... ¡ya!


VOLVER AL ATRIL

©2004 Orquesta de Pulso y Púa de Tudela de Duero