DETRÁS DEL ATRIL


Preparados para comer en Casa Carmelo.


De paseo por la Plaza Mayor de Ocaña.


Y en la plaza, ya por la noche.


Rematando la noche en el Samoa.


Esa imagen de prohibido defecar (para perros).

 

Viaje a Ocaña
14 y 15 de diciembre de 2013

Había ganas de viaje largo, de fin de semana con la orquesta, de dormir fuera y compartir cena, copas y habitación. Había ganas de concierto lejos de Tudela y la ocasión ha tenido lugar con motivo de la cuarta edición del encuentro navideño de orquestas de pulso y púa que organizan nuestros compañeros de Deleite, la orquesta de Santa Cruz de la Zarza, aunque el concierto tenía lugar en Villatobas (Toledo).

¿Qué hacer? ¿Dormimos fuera o vamos y venimos en el día? Al final la decisión vino motivada por los compromisos profesionales y familiares de los diferentes integrantes de la orquesta. Hubo quien decidió hacer noche allí y otros prefirieron regresar a casa después del concierto para poder estar el domingo completo en Tudela de Duero.

Así que, con esas premisas, se organizó un viaje que partió con los primeros expedicionarios a las 11:00 horas desde el Bare Nostrum de Tudela. Allí, los miembros de la orquesta nos repartimos en diferentes coches para emprender camino hasta Ocaña. En un vehículo viajaban Pablo, Luz, Alicia y Andrés. En el otro, Javi, Víctor, Ángel (que se estrenaba con concierto después de su reincorporación al grupo y Esther. O sea, el pulso en un coche y la púa en el otro. El tercer vehículo saldría apenas media hora después con Álvaro, familia y Gracia. Y luego llegarían Rodrigo y Lili. Miguel Ángel y Elsa prefierieron salir después de comer e ir directamente hasta Villatobas, ya que ellos no hacían noche y no era necesario su paso por el hotel.

El viaje se desarrolló entre una tupida niebla hasta llegar a Guadarrama y una vez pasados los túneles comenzó a brillar el solo con unas temperaturas agradables que nos acompañarían durante todo el viaje. Ya nos había advertido Esther, que hacía unos días había estado por Toledo, que a ella le había tocado un tiempo más o menos bueno, para estas épocas del año, y que quizá volveríamos a tener suerte. Y la tuvimos.

En apenas dos horas y media cubrimos el trayecto y poco antes de las dos de la tarde entrábamos en Ocaña y tomábamos posesión de nuestras habitaciones en el hotel Emperatriz., Ángel y Javi por un lado. Pablo y Víctor en otra. Esther y Gracia en otra. Álvaro y familia. Rodrigo y Lili y Andrés, que disfrutó el solito de una amplia cama de matrimonio. Los responsables del hotel estuvieron encantadores con todos nosotros puesto que al no advertirlo por anticipado, nos habían dejado unas habitaciones dobles con cama de matrimonio. En apenas tres minutos deshacieron el entuerto y nos facilitaron unos cuartos con camas gemelas. Eficacia al instante. Mientras se gestaba esta operación una vecina de Ocaña entró a comprar lotería al hotel. ¿De Navidad o del Niño? Le preguntaron en recepción. La cliente compró de Navidad, nos dijeron que había tocado varias veces la pedrea en ese hotel... así que nos pusieron los dientes largos. Había que comprar un número. Estaba decidido. Aunque no lo hicimos en le momento. Había antes que dejar las posesiones en los cuartos.

Una vez establecidos, comenzó nuestro pequeño paseo por Ocaña. Corto, muy corto, puesto que en realidad el objetivo era encontrar un sitio donde comer. Pasamos por la Plaza Mayor, la tercera de España, un espacio muy agradable y además soleado en el que encontramos a varios grupos tomándose unas cañas en la tarreza, al solito e incluso algunos con manga corta en pleno diciembre. Pero eran casi las tres y buscábamos un sitio para comer.

Nos decantamos por el mesón asador Casa Carmelo, en la estrecha calle de Santa Catalina. Un local estupendo que además estaba llenísimo. Al ver tanta gente nos temimos lo peor, que no hubiera sitio para un grupo de doce personas (al que luego se añadirían Rodrigo y Lili) pero tuvimos suerte y nos hicieron un hueco en uno de los comedores privados, el Fuente Grande, que en un pis pas prepararon para nosotros.

El local tiene capacidad para 150 comensales y ocupa el espacio de una antigua corrala manchega, a cuyo alrededor se sitúan los diferentes salones privados, con nombres dedicados a diferentes monumentos de la localidad. Fue en uno de estos espacios donde nos instalamos. Dice la página web del restaurante que este se encuentra situado en una casa funfdada en 1425 por la infanta doña Catalina, hermana del rey Juan II y tía carnal de Isabel la Católica. Se casó con su primo, el infante y maestre don Enrique y contruyeron la casa y una ermita en esta calle. Lo que perdura es el pórtilo y el campanario interior, con diferentes rehabilitaciones. Moisés Brain había sido el dueño de la casa que hoy es el restaurante. Su nieta Sara registraba pacientemente el bargueño legado por aquél. Sara era la nieta preferida y recibió un beso de Moisés cuando agonizaba oyéndole decir dos palabras: "bargueño y oro". Toda su obsesión era encontrar el tesoro que creía que encerraba, sin conseguirlo pese a sus esfuerzos. En la cueva de la casa encontró unos viejos pergaminos, enrollados y atados por unos cabos de piel y también unos gruesos volúmenes dispuestos en columnas, apoyados sobre un armazón de madera, a modo de estantería. Eran más de doscientos libros, agolpados en torno a un sillón de generoso respaldo torneado y tapizados apoyabrazos. Leyó todo aquello sin encontrar, de momento, nada. Cuando Sara se había convertido en una especie de bruja despreciada por todos, hasta por los de su misma cultura judáica, al descolocar todos los volúmenes, vió con sorpresa un minúsculo pasadizo en forma de gatera. Pasó a través de él hasta una sala donde se guardaban multitud de bolsas de onzas de oro. A raíz de encontrar el tesoro, se trasladó para encerrarse en la deshabitada casa de su abuelo, y así poder contar una y otra vez el oro, adornándose una y otra vez con las joyas que lo acompañaban. Un día la cueva fue erróneamente tapiada por albañiles, quedando Sara encerrada en su interior. Nadie sabía que se encontraba allí. Murió dentro y, según dice la leyenda, aún allí se encuentran sus restos mortales, con el tesoro.

Una vez establecidos en la mesa llegaba el momento complicado. ¿Qué comer? Después de sopesar la opción del menú del día, decidimos pedir unos entrantes y después, carne para todos. Para compartir: ensalada de capón, croquetas y tablas de embutidos. Y después, la carne. Hubo quien optó por el chuletón (Ángel, Álvaro, Rodrigo), quien prefirió el cordero (Luz, Pablo), quien le dio al cochinillo (Víctor, Alicia) y quien le hincó el diente al solomillo (Andrés o Gracia). Solomillo cortado además "a mariposa" para que estuviera más hecho. Y después, postres variados, café y chupito.

Estábamos tan cómodos durante la comida que casi no nos dimos cuenta de la hora. Terminamos pasadas las cinco de la tarde y a las seis habíamos quedado en Villatobas para afinar y ponernos a dar el último repaso a las seis y media. Así que fue el turno de una rápida visita al hotel para cambiarse, coger los instrumentos y dirigirnos de camino a Villatobas. Allí ya nos estaban esperando, algo nerviosos porque no aparecíamos, la avanzadilla, Miguel Ángel y Elsa, quienes habían llegado directamente desde Tudela.

Por fin, a falta de tres minutos para empezar a ensayar, llegamos a la Casa de Cultura de Villatobas. Dejamos los instrumentos, preparamos las partituras y subimos al escenario para dar los últimos retoques a las piezas que tocaríamos durante el concierto, algunas de riguroso estreno, como Summer 78 y Morena me llaman. Llegó el momento del concierto, que abrió la agrupación Deleite, continuó con la orquesta de pulso y púa de Espirdo y concluyó con nuestro concierto. Bueno, en realidad terminó con la actuación conjunta de los tres grupos, que interpretamos a la vez la Marcha Radetzky.

Una vez concluido el concierto, nuestros compañeros de la orquesta Deleite nos agasajaron con una cena en el círculo de recreo de Villatobas, donde toledanos, segovianos y tudelanos pudimos disfrutas de tortilla, vino, bocaditos y demás viandas. Durante la cena fue el momento para echar una parlada entre los compañeros y también con integrantes de las otras orquestas. Víctor, por ejemplo, se reencontró con Virginia, antigua compañera suya en el trabajo y que es pareja de uno de los integrantes de la orquesta de Espirdo. Dispuestos a buscar cualquier detalle gracioso, nos llamó la atención que el círculo de recreo contaba con dos televisiones, uno a cada punta del grandísimo local. Y bajo uno de ellos había un papel que ponía TOROS y otro que decía FÚTBOL. Como si no se pudieran sintonizar los programas distintos en las pantallas contrarias. Pero la mejor anécdota con la que nos cruzamos fue con esa señal que prohíbe a los perros hacer sus deposiciones en la calzada.

Una vez terminada la cena, los compañeros que tenían que regresar a Tudela partieron cerca de la medianoche. Así, se marcharon Elsa, Alicia y Luz en el coche de Miguel Ángel. El resto, de regreso a Ocaña y dispuestos a dar una vuelta por la localidad y vivir una noche toledana. Al final, Álvaro y su familia no salieron, pero el resto de integrantes de la orquesta sí que decidió dar una vuelta. Después de preguntar en recepción del hotel por la zona de copas, pusimos de nuevo rumbo hacia la Plaza Mayor y una vez allí empezamos a investigar.

El primer bar donde entramos fue El túnel. A esa hora de la noche (sobre las doce y media) no había mucho jaleo. Parece que la cosa se animaría algo después. Pero fue una buena forma de comenzar la velada y pedir las primeras consumiciones. Se estiló mucho el gin tonic, pero también la cerveza. Sobre todo después de que la opción mojito (que venía anunciada con un cartel en el local) no se pudiera llevar a cabo ya que nos dijeron que no los hacían. Al menos esa noche. Mala suerte. Algo más afortunados fuimos en el precio. Hubo que poner bote de 10 euros al principio y ya no fue necesario reponerlo en toda la noche. No sale caro salir por Ocaña.

Después de abandonar El Túnel (la música había empezado apagadita y se fue animando con sonidos latinos) dimos la vuelta a la manzana para meternos en un desangelado Ébano. Nos encontramos los integrantes de la orquesta solos en el local. Solos. Si nadie más. Y así estuvimos durante casi una hora. Aprovechamos el tiempo, eso sí, para recibir una clase de zumba. Lili nos dio unos cuantos pasos que Pablo, Víctor, Esther, Gracia y Andrés siguieron al ritmo de la música que sonaba en el local, con unas banquetas con forma de chapa de refresco. Justo cuando ya decidimos dejar el bar fue cuando aquello se empezó a llenar porque entraban cerca de 30 personas participantes, quizá, de una cena de empresa. Pero como ya teníamos el abrigo puesto, fue momento de cambiar de bar.

Preguntamos a varios vecinos por algunos bares donde pudiéramos ir y nos dijeron que el Judi, o algo así, en la calle Mayor, aunque cuando llegamos estaba más que chapado. Había mucho jaleo en el Palio. Allí nos metimos, pero aquello era un restaurante y parecía que estaban en la sobremesa de una cena de empresa, con decenas de personas dándose a las copas. Había ambiente, pero no parecía que hubiera sitio para nosotros. Andrés, Gracia y Rodrigo se pararon a charlar con tres chavales que fumaban a las puertas de El Bareto. ¿Y si entramos aquí? ¿Qué tal está? Uno de los jóvenes nos comentó que venía por aquí porque se tomaba un tercio, fumaba un poco y era como si estuviera en casa. Lo pensamos un poco, pero al final decidimos ir un poco calle adelante, tentados por un gran corrillo que había a las puertas de un local, y allí que nos metimos.

Estaba lleno no. Lo siguiente. Petadísimo. El Samoa. Encontramos sitio al fondo del local. Allí nos atrincheramos y Andrés (dueño del bote) fue a pedir unos nuevos gin tonic. Sobredosis de gin en un vaso tubo lleno hasta arriba con la lata de tónica entera de compañía. Y todo ello, la tercera copa, con el bote de primera hora de la noche. Incluso sobraba dinero. Tres euros y pico que Andrés quiso rentabilizar comprando una botella de cava... aunque el camarero nos dijo que no le quedaba. Un desastre. A eso de las cuatro de la noche terminamos la noche (Javi nos había abandonado en el Ébano) con el camino de vuelta al hotel y después de pasar por una peluquería adornada con luces megarrojas y una Plaza Mayor adornada de Navidad, con cuatro grandes angelotes a cada esquina.

A la mañana siguiente, algunos compañeros salieron prontito (Andrés y Pablo). Y otros también se levantaron pronto, como Javier y Ángel, para dar una vuelta y desayunar. Víctor se unió en seguida para dar un paseo por la localidad. No hubo ocasión de ver la Fuente Grande, pero sí el Palacio de Don Gutierre de Cárdenas (asesor de los Reyes Católicos, levantó el palacio en el siglo XVI y declarado monumento nacional en 1931), el convento renacentista de Santo Domingo de Guzmán (1530-1605) y alguansd e las calles más emblemáticas del municipio.

Esther y Gracia fueron las últimas en salir del hotel y en buscar (Víctor se uniría) un lugar donde desayunar. Álvaro les recomendó el Tripyes, con megatostadas y cruasanes en la Plaza Mayor. A las 11:11 horas partía el coche con Javier, Víctor, Ángel, Esther y Gracia camino de Toledo. Álvaro haría parada en Madrid y Rodrigo decidió pasar el día en Toledo.

Y al día siguiente, lunes 16, ensayo para preparar el concierto de Navidad en Tudela.

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©2004 Orquesta de Pulso y Púa de Tudela de Duero