HISTORIA. CALLE MAYOR

Diego Beltrán
Mayo de 1998

Hubiésemos tenido que contar el viaje a Manzanares, deberíamos haber relatado minuciosamente en este número de Calle Mayor lo bien que lo habíamos pasado y las innumerables peripecias. Pero no pudo ser. No fuimos capaces de hacerlo sin nuestro amigo y compañero Diego, no habría sido justo que, después de planearlo todos juntos, él se quedase aquí solo. No había razón, ni motivo, ni ánimo.

Diego llegó a la orquesta de muy pequeño, con ocho o nueve años. Ya a tan corta edad sus rasgos dejaban ver claramente su personalidad. Es que Diego, desde siempre, ha tenido cara de bueno; y era tal cual se le veía; un niño tierno de los que dan ganas de comérselos y en cuyos carrillos se ceban las señoras con besuqueos y achuchones. Seguro que le tocó sufrir mucho entonces al pobre, pero seguro, también, que aguantó sin protestar. Existe una foto de aquellos tiempos; cuando hace un par de años la estuvimos viendo de nuevo, a alguien se le ocurrió la propuesta de hacer un pin con la cara de Dieguito, pues tanta gracia tenía.

Tocaba la bandurria, si bien es cierto que no demasiado. Cuando empezamos a hacer zarzuelas en Valladolid le costó decidirse a entrar en el grupo destinado a ello, pero finalmente aceptó y lo pasamos muy bien. Disfrutaba un montón en las dilatadas meriendas entre las funciones porque siempre le ha gustado comer y reírse de ciertos ademanes populares a la hora de cortar el chorizo y el salchichón; también se reía de nuestras pintas con los disfraces de la obra, de las nuestras y de las suyas, claro; y en general, se reía de todo porque casi siempre todo le hacía gracia. Demostró entonces destreza para alzar la bota y regarse el gaznate. Lo de las zarzuelas fue una experiencia constructiva para todos. De aquello y de pronto, Diego se vio poseído por unas ganas de tañer la bandurria insólitas; ¿a qué se debería aquel cambio? Quedaba para ensayar con otros componentes de la orquesta afectados por el mismo virus. Enseguida fueron disipadas las dudas, la enfermedad era originada por ciertas bailarinas del grupo Arienzo que reclamaban su colaboración y, serviciales ellos, la prestaron con orgullo y chulería.

En los ensayos nunca fue conflictivo, pero sí pesado. Amigo de la conversación, se pasaba las horas cuchicheando, bueno, más que cuchicheando, zumbando, lo cual no presentaba mayores problemas que cuando lo hacía más alto de lo que hablaba el director, cosa bastante frecuente. Todo este gusto por soltar la lengua tenía el contraste en su escueto saludo, un lacónico 'eh!' inseparable de su figura:
-Hola Diego
-¡Eh!
Pero estas pequeñas "insubordinaciones" no nos deben dar una idea equivocada de su responsabilidad. Siempre fue un buen estudiante, de los más inteligentes, capaz de sacar buenas notas sin tener que privarse de salir los sábados, jugar al baloncesto o a otros deportes, y tocar con nosotros. Además, tenía notable éxito con las chicas, por las cuales se veía abundantemente rodeado.

El momento culminante de su trayectoria en la Orquesta (desde el punto de vista más gamberro y juerguista) llegó en el viaje a Granada cuando amaneció durmiendo con un extintor de incendios en lo que debió ser toda una escena surrealista:
-¡Diego! ¿Qué haces durmiendo con un extintor?
-¡Eh!
Aunque ya no lo podamos ver, no lo hemos perdido porque ha dejado en todos un poso único y personal que forma parte de nosotros mismos. Cada vez que uno lo recuerda, cada vez que dos amigos suyos se encuentran, saben que hay un tercero que está con ellos y nunca los dejará solos; ese tercero es Diego, que despilfarraba una calidad humana inolvidable; él sí que es un amigo "de puta madre".



OTROS MESES DE CALLE MAYOR

©2004 Orquesta de Pulso y Púa de Tudela de Duero